- Buenos días Elena -
- Buenos días Javier, ¿que tal?- respondió Elena sin mucho ánimo, mientras movía rítmicamente la cucharilla dentro del café.
- Pues yo bien, pero tuuu- Javier hizo una pausada decreciente para coger impulso - ¡¡¡¡Felicidades!!! Hoy es tu cumpleaños. ¿Cuantos caen?
- 25 - Respondió con fastidio - ¿Cómo lo has sabido?
- Trabajo en Recursos Humanos, ¿recuerdas? Tengo acceso a las fichas de todos los trabajadores- Expuso orgulloso. - Me debes un café.
- Sí, por supuesto- Sonrió vagamente- Hasta luego.
- Hasta ahora.
Javier abandonó el despacho en el que Elena pensaba ahogar su monotonía diaria mientras mareaba el café. "Cumpleaños" pensó. Elena odiaba su cumpleaños. Odiaba las fechas en general, eran tan necias como las costumbres.
La luz de la impresora se había encendido. "Papel, pensó" Estaba imprimiendo un listado bastante extenso, y la máquina se había quedado vacía. Se levantó con la parsimonia de quién no le apetece hacer nada, e intentó abrir el cajón de la impresora. "se ha atascado" pensó. Tiró con fuerza, hacia si misma sin mucho éxito. Repitió la operación una y otra vez, cada vez más mal humorada, hasta que de pronto, el cajón salió disparado, haciendo que Elena perdiera el equilibrio y cayera al suelo. Cayó, y se golpeó fuerte. Cayó, y un monstruoso estruendo invadió sus oídos. Cayó, y no pudo escuchar como su cuerpo se estrellaba.
- ¡Joder! que es eso que suena, ¡Por qué no me oigo! !No me oigo, no puedo oírmeee!
El estruendo cesó de golpe y con él, el mundo guardó silencio. Elena intentaba inútilmente escuchar su propia voz. Su garganta se desgarraba en un necio y estúpido esfuerzo por llegar a sus oídos. Pero no podía escuchar. Dudó unos segundos. No sabía si el problema era que no podía oír, o que no podía hablar. Y entonces, intentando encontrar su propia voz, comenzó a golpear la pared. Nada. El más absoluto vacío llenaba sus tímpanos. Tiró la impresora, golpeó los cristales, chilló y chilló, con más fuerza y aporreo puertas y armarios. Nada.
De pronto se abrió la puerta del despacho. Elena postrada en el suelo, golpeando la tarima. Sus compañeros de trabajo, en el umbral de la puerta contemplaban la escena atónitos. Hablaban, pero ella no podía oírlos. Javier intentó acercarse. Pero ella no podía escuchar sus pasos. El sí oía sus chillidos. Elena arrodillada, continuaba chillando en una esquina de la habitación, hasta que de pronto, presa del pánico y la ansiedad, cayó desmayada al suelo.
- Son las 7, las seis en Canarias - Elena despertó empapada en sudor. Su respiración apresurada, era como la de un moribundo que vuelve a la vida. Miró la habitación. Consultó el reloj, y de pronto cayó en la cuenta. - "Las seis en canarias". Lo había escuchado.
Sin perder tiempo, corrió al baño y se contemplo en el espejo. -"Una pesadilla" -dijo. En otras circunstancias lo abría pensado, pero quería decirlo. Quería oír su voz, una y otra vez, para demostrarse así misma que podía hacerlo. "Una pesadilla". Entre alegría y confusión, comenzó a prepararse para ir al trabajo. Subió la música, cantó en la ducha, hizo todo el ruido posible al preparar el desayuno. Todo para seguir comprobando que todo estaba bien, que había sido una pesadilla, solo eso.
Cogió el coche y se encaminó al trabajo. Música, tráfico, bullicio, calles, gente, el sonido del telefonillo a la entrada de la empresa, y los buenos días de la recepcionista. Todo estaba ahí, como cada día.
Aliviada, sacó un café de la máquina, y por fin tranquila, se preparó para un monótono día de trabajo.
- Buenos días Javier, ¿que tal?- respondió Elena sin mucho ánimo, mientras movía rítmicamente la cucharilla dentro del café.
- Pues yo bien, pero tuuu- Javier hizo una pausada decreciente para coger impulso - ¡¡¡¡Felicidades!!! Hoy es tu cumpleaños. ¿Cuantos caen?
- 25 - Respondió con fastidio - ¿Cómo lo has sabido?
- Trabajo en Recursos Humanos, ¿recuerdas? Tengo acceso a las fichas de todos los trabajadores- Expuso orgulloso. - Me debes un café.
- Sí, por supuesto- Sonrió vagamente- Hasta luego.
- Hasta ahora.
Javier abandonó el despacho en el que Elena pensaba ahogar su monotonía diaria mientras mareaba el café. "Cumpleaños" pensó. Elena odiaba su cumpleaños. Odiaba las fechas en general, eran tan necias como las costumbres.
La luz de la impresora se había encendido. "Papel, pensó" Estaba imprimiendo un listado bastante extenso, y la máquina se había quedado vacía. Se levantó con la parsimonia de quién no le apetece hacer nada, e intentó abrir el cajón de la impresora. "se ha atascado" pensó. Tiró con fuerza, hacia si misma sin mucho éxito. Repitió la operación una y otra vez, cada vez más mal humorada, hasta que de pronto, el cajón salió disparado, haciendo que Elena perdiera el equilibrio y cayera al suelo. Cayó, y se golpeó fuerte. Cayó, y un monstruoso estruendo invadió sus oídos. Cayó, y no pudo escuchar como su cuerpo se estrellaba.
- ¡Joder! que es eso que suena, ¡Por qué no me oigo! !No me oigo, no puedo oírmeee!
El estruendo cesó de golpe y con él, el mundo guardó silencio. Elena intentaba inútilmente escuchar su propia voz. Su garganta se desgarraba en un necio y estúpido esfuerzo por llegar a sus oídos. Pero no podía escuchar. Dudó unos segundos. No sabía si el problema era que no podía oír, o que no podía hablar. Y entonces, intentando encontrar su propia voz, comenzó a golpear la pared. Nada. El más absoluto vacío llenaba sus tímpanos. Tiró la impresora, golpeó los cristales, chilló y chilló, con más fuerza y aporreo puertas y armarios. Nada.
De pronto se abrió la puerta del despacho. Elena postrada en el suelo, golpeando la tarima. Sus compañeros de trabajo, en el umbral de la puerta contemplaban la escena atónitos. Hablaban, pero ella no podía oírlos. Javier intentó acercarse. Pero ella no podía escuchar sus pasos. El sí oía sus chillidos. Elena arrodillada, continuaba chillando en una esquina de la habitación, hasta que de pronto, presa del pánico y la ansiedad, cayó desmayada al suelo.
- Son las 7, las seis en Canarias - Elena despertó empapada en sudor. Su respiración apresurada, era como la de un moribundo que vuelve a la vida. Miró la habitación. Consultó el reloj, y de pronto cayó en la cuenta. - "Las seis en canarias". Lo había escuchado.
Sin perder tiempo, corrió al baño y se contemplo en el espejo. -"Una pesadilla" -dijo. En otras circunstancias lo abría pensado, pero quería decirlo. Quería oír su voz, una y otra vez, para demostrarse así misma que podía hacerlo. "Una pesadilla". Entre alegría y confusión, comenzó a prepararse para ir al trabajo. Subió la música, cantó en la ducha, hizo todo el ruido posible al preparar el desayuno. Todo para seguir comprobando que todo estaba bien, que había sido una pesadilla, solo eso.
Cogió el coche y se encaminó al trabajo. Música, tráfico, bullicio, calles, gente, el sonido del telefonillo a la entrada de la empresa, y los buenos días de la recepcionista. Todo estaba ahí, como cada día.
Aliviada, sacó un café de la máquina, y por fin tranquila, se preparó para un monótono día de trabajo.
- Buenos días Elena -
- Buenos días Javier, ¿que tal?- respondió Elena sin mucho ánimo, mientras movía rítmicamente la cucharilla dentro del café
- Pues yo bien, pero tuuu- Javier hizo una pausada decreciente para coger impulso - ¡¡¡¡Felicidades!!! Hoy es tu cumpleaños. ¿Cuantos caen?
- 25, ¿Cómo lo has sabido?- De pronto un escalofrío recorrió todo su cuerpo- Quiero, decir, sí es mi cumpleaños, gracias por acordarte- Dijo apresurada intentando cambiar el ritmo de la conversación.
- Buenos días Javier, ¿que tal?- respondió Elena sin mucho ánimo, mientras movía rítmicamente la cucharilla dentro del café
- Pues yo bien, pero tuuu- Javier hizo una pausada decreciente para coger impulso - ¡¡¡¡Felicidades!!! Hoy es tu cumpleaños. ¿Cuantos caen?
- 25, ¿Cómo lo has sabido?- De pronto un escalofrío recorrió todo su cuerpo- Quiero, decir, sí es mi cumpleaños, gracias por acordarte- Dijo apresurada intentando cambiar el ritmo de la conversación.
- Trabajo en Recursos Humanos, ¿recuerdas? Tengo acceso a las fichas de todos los trabajadores- Expuso orgulloso. - Me debes un café.
- Hoy a la salida tenía pensado tomar algo en la cafetería de abajo, te apuntas?- Tiene que contestar otra cosa, tiene que contestar otra cosa, se repetía.
- Hoy a la salida tenía pensado tomar algo en la cafetería de abajo, te apuntas?- Tiene que contestar otra cosa, tiene que contestar otra cosa, se repetía.
- Hasta ahora.
- Javier, vendrás?- Tiene que contestar, tiene que contestar.
Pero Javier ya se había ido. De pronto la luz de la impresora se encendió demandando papel. - No puede ser, esto no está pasando – se decía – No es posible.
Elena se levantó, como si se encaminara hacia su sentencia de muerte, y se quedó delante de la impresora. La luz continuaba parpadeando, un rápido parpadeo que la angustiaba cada vez más. No supo qué hacer ni como seguir. Las sienes le ardían y el cuerpo le quemaba. Por sus manos corría un frío sudor que auguraba un final incierto.
De pronto, con la vista perdida y las manos temblorosas, comenzó a llorar. Fue un llanto íntimo, de los que casi no se oyen. Pero Elena lo oía, y atrapó en su cerebro el sonido de ese llanto, mientras sus manos seguían temblando. Entonces, tiró del cajón de la impresora.
Pilar-rdt