jueves, 9 de diciembre de 2010

Las ratas

El portazo seco y sonoro apago la ultima luz que se colaba en aquel cuarto, antes de que mi padre pudiera oír mis gritos. Yo tenia seis años y no era la primera vez que mi padre me castigaba, encerrándome en el cuarto de los ratones. Era un cuarto pequeño, sin ventanas, que mi madre utilizaba para guardar las objetos que había atesorado en su primer matrimonio. Mi padrastro consiguió que ella se deshiciera de cualquier recuerdo de su vida con mi padre, hasta que en la casa únicamente quedaron mi madre y sus tres hijos como memoria de un pasado aún cercano. Todo lo que hacia falta en la casa, lo compro mi padre de nuevo.
Yo bajaba alguna vez con mama al sótano y mientras ella colocaba las cosas, con prisa para no retrasarse, yo miraba muy quieto desde la puerta, aquel cuarto que me parecía un panteón de cosas muertas. Poco a poco habían anidado las ratas en él y ahora lo tenían todo invadido. Nada escapaba a su ansia de morder: ni los muebles, ni los cuadros, los juegos de cama y mesa, regalos de boda, prendas de abrigo etc, todo estaba almacenado y roído en aquel cuarto pequeño lleno de trastos.
Solo a oscuras en aquella habitación, recuerdo el frío y la humedad mientras oía el diminuto sonido de las uñas de las ratas corriendo a mi alrededor por el suelo o por la pared tan cerca de mi que me orine dos veces aquella tarde. El olor acido de la orina pareció excitarlas aun mas y llegaron a trepar por mis piernas mas arriba de las rodillas sin que yo paralizado por el miedo pudiera evitarlo. Cuando mama vino a sacarme de allí tenia tantas mordeduras en las piernas que tarde seis meses en curarme. Las primeras semanas, apenas conseguía cerrar los ojos, volvía a oír los pasos y los chillidos agudos de las ratas a mi alrededor. Mama durmió conmigo durante casi dos meses.
 Después murieron mis dos hermanos. Salieron de paseo un día con mi padre al río y no volvimos a verlos. Mi padre decía que se había volcado la barca y que no pudo hacer nada por ellos. Mama nunca se repuso. Durante casi dos años estuvo prohibido que nadie bajara al sótano. Nadie. Ni mama, ni los criados ni yo podíamos bajar. Únicamente él y por obligación lo hacia asegurándose antes de que nadie le siguiera.
La siguiente vez que mi padre me encerró en ese cuarto tenia nueve años y antes me había dado una paliza tan brutal que perdí el ojo izquierdo de un puñetazo y me estallo el bazo de un patada cuando ya estaba en el suelo. Que me rompiera el brazo a la altura del codo por donde se veían aparecer dos huesos astillados era lo que menos me dolía. Finalmente me arrastro hasta aquel cuarto y me dejo en él, caído. Recuerdo la humedad y el frío en mi cara reconfortándome ante el dolor de los golpes. Recuerdo las zancadas diminutas llegando al galope y recuerdo que apenas pude levantarme llorando de dolor y de miedo para quedar medio recostado en algún mueble. Y recuerdo los chillidos de excitación de aquellas ratas bebiendo la sangre que me caía del brazo roto y como subían por mis piernas y mi cuerpo para saciarse por completo.
Los médicos dijeron mas tarde que el ojo había quedado en el suelo al incorporarme y que no podía sentir las mordeduras del brazo debido al dolor. Tarde ocho meses en curar las heridas y durante todo ese tiempo supe que las ratas antes o después terminarían devorándome como habían hecho con mi brazo.
Mama murió aquel mismo año. Yo creo que murió de pena. Mi padre aunque había suavizado mucho su actitud hacia mi (supongo que por verme manco de un brazo) no dejaba de golpearme sin venir a cuento en cuanto podía. Por las noches en la oscuridad de mi cuarto podía oír los chillidos de aquellas ratas y no dejaba de torturare pensando que pronto moriría bajo sus afilados dientes.
Cuando cumplí doce años mi padre me cogió de brazo que me quedaba y me llevo hasta el corral de las ovejas donde había preparado una para matarla. La oveja atada de una sola vez por las cuatro patas miraba sin comprender y de vez en cuando emitía un balido lastimero. Mi padre me puso delante de ella y me dijo: “Este es tu regalo” y saco de una funda de cuero un cuchillo con el mango de nácar y la hoja afilada. “Tu madre lo compro hace mucho tiempo para ti. Ahora quiero que mates esta oveja. Con lo que te queda de brazo sujétale el cuello y con la otra mano córtaselo para que se desangre”.
 No puse ninguna resistencia y unos instantes después el animal me tiro al suelo al sentir el corte profundo de mi cuchillo en su garganta. Un chorro de sangre caliente y dulce de aquella oveja que intentaba desesperadamente romper sus ataduras mientras sus ojos se volvían opacos, manaba de su cuello como un grifo abierto, salpicándome la cara y el cuerpo. En ese momento supe como se sentían las ratas ante la sangre. Desde aquel día los chillidos de las ratas me acompañaron en todo momento.
Pasaron dos años y yo, por las noches, dormía con el cuchillo en la almohada y de día lo llevaba escondido debajo de la ropa. No quería sepárame de él para sentirme protegido y a pesar de ello seguía oyendo los agudos chillidos dentro de mi cabeza. Todo el tiempo era lo mismo. Una tarde no pude aguantar más. Tenia que bajar al cuarto a coger unos lazos de color negro que poníamos por toda la casa el día siguiente, el día de difuntos, y que mi madre guardaba en aquel cuarto, sobre el estante alto. Había decidido bajar aquel cuarto y acabar con todas la ratas una a una con mi cuchillo. No sabia muy como hacerlo ni el tiempo que me llevaría pero sabia que no podía esperar más.
Y allí me encontraba con la puerta abierta y el miedo comiéndome por dentro, viendo a las ratas correr alborotada en todas direcciones y diciéndome a mi mismo que aquello no iba a ser fácil, cuando un golpe seco en los riñones me hizo caer de bruces. Instintivamente me revolví y conseguí sentarme en el suelo mientras que sacaba de entre las ropas mi cuchillo. No se muy bien como pero  alcance a cortar algún tendón de la pierna de mi padre que furioso y sorprendido por mi defensa cayo en el cuarto golpeándose con un mueble y perdiendo momentáneamente el conocimiento.
Mientras la ratas corrían en todas las direcciones buscando donde esconderse yo no lo dude un instante y me tire sobre mi padre cortándole limpiamente de un lado al otro su vientre, y por el que empezó a manar abundante sangre. Era tan profundo el corte que dejo a la vista las tripas y los intestinos y mientras mi padre recobraba con urgencia el conocimiento yo empecé a tirar de aquellas vísceras suaves y calientes hacia fuera de su cuerpo con la única mano que me quedaba. Unos instantes después mientras mi padre comprendía todo lo que estaba pasando, yo cogí mi cuchillo, aún hundido en su costado y salté hacia la puerta  justo en el momento que empezaban a llegar las ratas al olor de la sangre chillando alborotadas. Lo ultimo que recuerdo de él fue su mirada de terror y como habría despacio la boca dispuesto a gritar tan fuerte como le permitieran sus fuerzas mientras intentaba recogerse las tripas del suelo con las dos manos.
El portazo seco y sonoro apago la ultima luz que se colaba en aquel cuarto, antes de que mi padre pudiera oír mis gritos. “Púdrete en el infierno maldito bastardo” – le escupí con todas mis fuerzas desde el otro lado de la puerta- Luego mi padre empezó a aullar de dolor y ya no pude oír las ratas. Y nunca mas he vuelto a oírlas.

nrq/dic2010

4 comentarios:

  1. creo que esta bien logrado, el tema nos situa a casi todos o a todos fuera del territorio conocido, me recordo a Lovecraft por el tema, por la forma recuerda mas a Maupassant... el personaje de la madre, a pesar de aparecer como una sombra, solamente y del niño me parece que estan bien logrados. la crueldad del padre se siente, lo unico que no me crei al leerlo es el hecho de que le de el cuchillo, porque era predecible despues de hacerlo pasar por todo eso, que el niño quisiera usarlo con esos fines. pero bueno en general me gusta la historia...

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  2. Muy bueno. Me gusta como vas hilando la historia en varios tiempos, la primera bajada al cuarto, la segunda, la muerte de la madre, el regalo del cuchillo. Me gusta también el simil del sonido de las ratas con el temor al padre (al final, deja de oir las ratas cuando estas deboran al padre)
    Me parece duro, pero, el ejercicio era ese.
    Un ejercicio muy logrado
    Bssos

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  3. el padre es (se comporta como) una rata. pero es un comportamiento animal. es cruel por naturaleza. yo no quiero trasladar otra cosa al papel. la madre (a traves de su historia) es una mujer deformada por su propia historia: viuda, madre, , sin familiaseguramente victoriana... pero madre. y procura proteger a su hijo aun cuando no esta. por eso le da el cuchillo (a traves del padre de quien sabe que no lo va adiscutir porque los animales no discuten si no se sienten amenazados) para que se defienda. por lo que yo se el niño tambien podia haberse suicidado porque el final del cuento gira en torno a la locura que le produce oir las ratas.
    gracias por vuestra critica me ayuda a seguir escribiendo. ya comente que no creia que hubiera dado con la clave adecuada para el texto

    nota para una segunda parte:el no lo sabe pero tambien se ha convertido en rata (cruel)al probar la sangre.

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  4. nrq, tu cuento es el que más miedo me da de los tres. la atmósfera, las ratas y el padre impredecible en sus accesos de violencia y precisamente por eso más temible.

    lo del padre como rata lo tenía claro, pero lo del hijo me gusta que lo hayas aclarado tú, aunque estaba cristalino en el texto, ahora que lo dices.

    te dicen más arriba que los tiempos están cuidados, creo que se puede afinar un poco más todavía. quizá es lo más difícil en un cuento de terror: acompasar la narración con los sobresaltos y las arritmias del que lo lee. creo (esto me lo haces pensar escribiendo y pidiendo opinión) que a la vez que el relato hay que escribir la banda sonora. mientras el cuchillo busca a la víctima se tiene que escuchar la música de fondo mientras se lee. y me parece muy difícil.

    la sangre, la orina, la oscuridad, el cuchillo, las lesiones, el cuarto, las ratas, el ojo en el suelo forman parte de una simbología imprescindible para crear el clima de terror, aunque cada cuento o cada escritor tenga que encontrar la suya.

    muy bien, muy bien.

    besos

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